Y ahora estas de nuevo aquí, tan diferente y sin embargo tan tú; con algunas historias que contar y nuevas manías que no conocía; con preguntas, con respuestas, con dudas que quizá sería mejor no expresar. Tan tú, con aquella risa torpe y mirada distraída, pasos lentos y despreocupados.
Algunas veces pensaba en ti, si acaso te encontrabas bien, si te costó mucho o poco ser feliz después de mí. Preguntas al aire sin ninguna intención, tan sólo pensamientos fugaces que se atraviesan por la cabeza cuando el sueño no aparece al anochecer. Y de pronto, ya te tenía de frente.
Fue imposible no mostrar alegría al reencontrarnos, aunque intentáramos disimularlo haciendo distraídas nuestras miradas, y a pesar de los nervios bastante evidentes, la confianza permanecía intacta.

Y después de aquel encuentro, de nuevo tus mensajes.
No te mentiré, me costó acostumbrarme a una vida sin ti, sin tus ocurrencias, sin tus cumplidos con un toque de humor. Me costó acostumbrarme a las largas noches sin tus brazos y tu respiración en mi hombro izquierdo. Me costó darme cuenta de que ese “por siempre” posiblemente tenía un final y que tendría que construir nuevos sueños donde no estuvieras tú. Nos ganó la rutina, nos ganaron todos aquellos problemas y dilemas que surgen en la mente cuanto se comienza a ser un adulto.
Logré equilibrarme, darme otra oportunidad y tratar de encontrarme. Quería a quien se enamorara de quien soy ahora y en lo que me voy transformando al pasar los días; cosa que olvidaste y también olvidé.
Marcaste mi vida de una manera inigualable, y es por eso que nuestro encuentro a causado un desorden en mi interior. Prometimos que aunque pasaran cincuenta otoños, nos buscaríamos para cumplir nuestras promesas. Y has llegado antes de lo planeado, por suerte o por desgracia, pero al fin aquí.
Regresaste a mover mi mundo, y me intriga lo que pueda pasar; hacer renacer lo nuestro o simplemente verte marchar… otra vez.
Escrito por: Mayeli Tellez