Tantos buenos prospectos pero parecía que tenía un imán para atraer a los malos, a ese tipo de chico que elegían para pasarla bien pero no para quererse establecer.
Lo cierto es que a pesar de ello no les ponía ningún ¨pero¨, me gustaba lo complicado, lo que se denominaba ´imposible´, me atraían las almas libres, esos arriesgados que siempre dicen ´sí´ a jugársela siempre y cuando no se trate del amor, los que siempre terminan rompiéndote el corazón, estúpido ¿no?
Y sin la necesidad de buscarlo, el ´malo´ de mi historia apareció y a los pocos segundos ahí estaba yo, complicándome la vida como si ya la hubiese tenido muy fácil. Ir de error en error era mi deporte favorito, y no es que fuese la chica mala, simplemente me había cansado de lo mismo, del amor que en realidad no era amor porque me hacía llorar, porque dolía, porque me hacía perderme a mí misma.

Definitivamente ya no quería más de ello, quería totalmente lo opuesto; riesgo, adrenalina, ese plus que me reiniciara la vida, afortunadamente él quería lo mismo, o tal vez eso fue lo que creímos.
Al principio solo nos veíamos de vez en vez, nada de citas, nada de planes, todo se trataba de pasarla bien, platicar, bromear y desahogar. Al caer la noche nos dejábamos llevar pero siempre cuidándonos del que dirán.
Y entonces llegamos a ese punto sin retorno en la que nos entregamos como juro no me había entregado a nadie más. Fue un momento en verdad especial, era como si de verdad nos perteneciéramos, como si de verdad nos amáramos, como si de verdad nos hubiésemos prometido un para siempre. Cada cosa que dijeron de él se derrumbó en ese momento en el que me hizo el amor, lo sentí y puedo jurar que no fue solo sexo, lo sé y él también.
La escena se repitió tantos días nos fueron posibles. Al día siguiente fingíamos demencia, volvían las apariencias por temor al qué dirán.
A ciencia cierta no sabía lo que éramos, pero éramos algo, me lo gritaba mi piel, la suya, nuestros corazones latiendo al unísono.
El próximo encuentro me parecía eterno, y aunque estaba consciente de que lo que teníamos era algo momentáneo, quería seguirlo viviendo y disfrutando.
Perdí la cuenta de las veces en que nos entregamos, en que olvidamos quienes éramos o lo que éramos y nos convertimos en uno solo, en algo eterno aunque de sobra supiéramos que de eternos no teníamos nada.
No hubo títulos, ni promesas, ni ataduras, ni planes, ni compromisos o fechas especiales, no hubo detalles, ni –te amos- que se fueran desgastando. No hubo ilusiones o esperanzas que terminaran hechas pedazos. Solo y siempre fue nuestro deseo por pertenecernos en la piel, mismo deseo que me llevó a sentir el más grande de los sentimientos, cuando por fin lo pude ver, hui, hui tan lejos como me fue posible de él.

Los años y la madurez me hicieron terminar al lado de un hombre bueno, uno que no teme amar, uno que supo luchar por mí, que me ofreció algo de verdad, alguien con quien formé un hogar.
Sin embargo, debo reconocer que ni los años me han hecho olvidarme de él, de cómo erizaba mi piel y me hacía estremecer, de cómo despertaba cada una de mis terminaciones nerviosas y me hacía vibrar como nadie más lo volvió a hacer.
Jamás olvidé esa entrega y esa pasión, él fue el error más bonito que cometí, el que a pesar de los años continúo recordando como ese amor que jamás fue y aun así se me quedó tatuado en la piel.
Escrito por: Stepha Salcas
© ᴅᴇʀᴇᴄʜᴏs ʀᴇsᴇʀᴠᴀᴅᴏs
LIBRO A LA VENTA ¨LA VIEJONA AGRIA: AMAR EN TIEMPOS DE COBARDÍA¨.